Vi esta película cuando tenía 13 años y me marcó. Me obsesioné con un fanatismo apasionado y devoto que sólo me pasaba en esa época de la vida, principalmente con la música. Pero esta película la sentía mía. Fue algo del humor de ese protagonista, Tony Wilson, que le hablaba a la cámara. La forma entera de la película se inspira en la idea de un programa de televisión, con un conductor que nos guía, y esto se solapa con el hecho de que ese es el métier del protagonista y también de la persona real en la que está basado el personaje. El Tony Wilson de la película es inteligente y a la vez medio tonto, un genio y a la vez ridículo. “Se tomaba a sí mismo en serio de una forma que es totalmente imposible tomarse en serio.” El tono me volaba la cabeza. El universo que la película narra también me fascinaba: la escena musical underground de Manchester, del punk a la música electrónica y la cultura rave. La música y sus creadores eran lugares fundamentales de identificación para mí, como para tantxs adolescentes. Eso mezclado con el imaginario de la noche, la fiesta y las drogas  terminaban de obnubilarme. Por último, está el aspecto formal de la película y su naturaleza difícil de clasificar. El film toma del documental y la ficción lo que le sirve y lo mezcla sin pudor, cerca de una idea de collage. La película transmite una libertad y un espíritu de juego que me atraía. En ese momento no era consciente del aspecto formal, pero hoy en día puedo ver que algo de esa desfachatez me marcó. El humor no estaba únicamente en los personajes, en el tono de la actuación y de los diálogos, sino también en la forma y en el acercamiento a los materiales. MELISA LIEBENTHAL  *Texto escrito a partir de un artículo publicado en el diario argentino Página 12