No hay sonido, y por tanto el oído no puede concebir un contraplano que revele hacia dónde mira esta colección de primeros planos, inspirador retrato silente de todo un colectivo que nos convierte en observadores de aquellos que observan, de aquellos que esperan. De repente el cansancio, una sonrisa o el mirar al infinito se convierten en superlativos, en gestos que dan sentido en sí mismos a otro gesto, el de filmar, atrapar un rostro. No hay sonido y tampoco plano general, por lo que no hay contexto, sólo esos rostros. Y aunque un texto ponga un punto y final que obliga a repensarlo todo, nada se revela. Porque el hermoso cine de Mieriën Coppens se preocupa por desplegar su gran gesto político: ofrecer un espacio a aquellas personas que no lo tienen, un espacio materializado en miradas que ya no parecen tan diferentes entre sí. En otras palabras, dejar de hablar de minorías y encontrarse con los rostros concretos. Dejar de poner palabras en lo abstracto para empezar a poner imágenes. JONAY ARMAS