De todas las producciones de Masao Adachi, probablemente A.K.A. Serial Killer (Ryakushô renzoku shasatsuma, 1969) sea la que más ha trascendido, también por ser la que mejor representa la idiosincrasia creativa de su director. La película partía del mediático caso de Norio Nagayama, un asesino en serie que mató a tiros a 4 personas entre octubre y noviembre de 1968, antes de ser capturado y condenado a muerte en 1969. La historia de Nagayama, que también fue llevada al cine por Kaneto Shindô en la más convencional Live Today, Die Tomorrow! (1970), conoce en el filme de Adachi un tratamiento completamente desusado. En lugar de realizar un documental clásico con entrevistas y recreaciones, Adachi y su equipo se limitaron a filmar los lugares en los que Nagayama, un joven de extracción social humilde condenado a empleos míseros y a una existencia de permanente vagabundeo, transitó a lo largo de sus últimos años en libertad. La acumulación de espacios urbanos degradados, captados sin que ninguna interacción humana desvíe nuestra atención, va moldeando la idea de que el ambiente en que vivió el asesino tuvo una fuerte carga en sus acciones. La película, fundamental a la hora de entender una genealogía del slow cinema y del cine paisajístico, encarnaba la “teoría del paisaje / fukeiron”, que indaga en la presencia del poder en nuestro entorno cotidiano. Adachi lograba trascender un caso de crónica negra para cuestionar las raíces de una sociedad capitalista alienante que empujaba a los marginados a los actos más atroces. GABRIEL DOMÉNECH