Algo se esconde en las calles de Moscú. Alguien se mueve y es perseguido por parques, callejones, veredas y recovecos. Los espacios vacíos de la mega urbe se han convertido en lugares de vigilancia y control, pero también de clandestinidad y furtivismo. Detours propone un trayecto anti-espectacular y privo de retórica por una serie de escenarios cotidianos convertidos en un tablero de juego del gato y el ratón entre un camello y las (supuestas) fuerzas del orden. Ekaterina Selenkina realiza una suerte de thriller impasible en la que cada encuadre se carga de tensión. En Detours importa tanto lo que vemos como lo que queda fuera de cuadro –o lo que está implícito, escondido, en cada plano. La película va trazando el mapa de una insospechada geografía urbana a través de la espartana, imaginativa y límpida fotografía de Alexey Kurbatov y de las imágenes de la Dark Web a través de las que el protagonista vende y señaliza su mercancía. Estamos ante una de las obras cinematográficas que mejor ha sabido reflejar el clima del capitalismo de vigilancia en el que estamos inmersos, y cómo la gente de a pie es capaz de trazar tácticas con las que burlar las estrategias panópticas que sigilosamente nos van cercando. Como toda gran película, Detours puede entenderse como una radiografía crítica del clima social (¿y político?) de la Rusia contemporánea, pero su discurso se hace más incisivo si lo aplicamos a nuestro propio contexto. GABRIEL DOMÉNECH